martes, 22 de septiembre de 2020

 Que te quedes duele. Sé que hubo momentos en los cuales si no te tenía cerca moría, al despertar y no verte me extrañaba, me faltabas, era como no tener aire, tu ausencia abstraía mi presencia de la realidad, tu recuerdo me hacía llamarte. Hice lo indecible por traerte de vuelta, lloré por tu retorno, te busqué en los lugares que juntos conocimos, seguí tu rastro, descubrí espacios insospechados donde tal vez fuiste más feliz, pero aún así al encontrarte tendí mi mundo, mi ser, como camino expedito para que regresaras a lo que antes fuimos, no importando lo lejos que tu corazón en algún momento estuviera (distante muy distante), porque te quería en mi órbita, en mí.

 

Pero hoy, que te quedes duele. Habitaste la parte más sensible de mi carne, te alojaste en el rincón insospechado de lo blando de mi convicción, para trabajarme desde tu perversidad, de ese lado horroroso de tu sagacidad, con dolo seguiste ahondando en mi sufrir, acrecentando la presión, cavando la poca visión, cegando la noción; dejé de respirar, y alcancé a verte entre cortinas vaporosas cuando reías ante mi ahogo, supe que ese dolor en el pecho que antes creí amor era el resultado de tu plan. No entendía el objetivo, mucho menos los motivos, lo que sentí fue tu presencia malévola y omnipotente en mi actuar, la misma que frenó mi vivir.

 

Me encuentro tendido en el lecho, luchando por seguir medio respirando, con la esperanza puesta en mis creencias, con el anhelo de continuar en este tangible plano, alargando el tiempo en la medida que se pueda, para no trascender a lo ignorado. Mi vista se posa en el horizonte y veo una figura sonriente acercarse, un paso elegante y brazos expectantes; se aclara la imagen, eres tu, con flores en las manos, las posas a mi lado, te acercas a mi oído y susurras tu promesa “siempre estaré contigo” … deseo desaparecer. Que te quedes duele.