Noticia
Hace ya tiempo, estando en secundaria, un lunes cualquiera al inicio de la jornada escolar, nos reunimos como siempre el compinche de amigos cercanos para contar lo del fin de semana, estaba ansioso por saber que había ocurrido con ellos, teníamos una cita programada para ese domingo, pero yo no pude ir a encontrarme con ellos, o mas bien no me dejaron ir a compartir con mis compañeros, a esta altura del tiempo no se cual sería el hecho que obligó a mi madre castigarme, dejándome el fin de semana encarcelado en mi habitación. Llegué con prisa al corrillo pues no quedaba mucho tiempo para iniciar la primera hora de clases, saludé a todos con un balbuceo y me conecté de inmediato a la conversación, todos reían a carcajadas, traté de ponerme al día, pero no comprendía, así que pregunté que había pasado; el más pequeño del grupo me preguntó incrédulo – ¿No lo sabes?, Negué con mi cabeza y muy seguramente con la boca abierta. Nos accidentamos en el carro ayer, dimos varios giros y quedamos de cabeza, pero logramos salir. Todos rieron a la vez. En ese momento creé las imágenes en mi mente, imaginé como adentro ellos hablaban y celebraban alguna payasada, cuando el vehículo se salió del carril, golpeo contra el bulevar y giraron en el aire, hasta caer y detenerse con el techo sobre el pavimento; según lo que contaban, unos sobre otros empezaron a tratar de salir, gritaban y se agitaban para poder componerse dentro del habitáculo invertido, hasta que lograron abandonarlo y revisar que excepto por unos golpes todos estaban bien, se miraron unos a otros y comenzaron a reír, seguramente más fuerte de lo que lo hacían ahora. Que aventura. Sonó el timbre y desperté de la película imaginada.
Las tres primeras horas de clases nunca existieron para mí, me preguntaba una y otra vez, como pudo ser realmente el accidente, cómo hizo mi amigo para que su padre no lo matara por haber volcado el carro, en mi casa no teníamos, y de tenerlo si eso me hubiese sucedido, seguramente me tocaría huir del país; ¿Contarían la historia al llegar a sus casas? Me asaltaban muchas dudas, quería detalles, los necesitaba de alguna manera, me recriminaba una y otra vez no haber podido ir, odiaba a mi madre por castigarme, aborrecía mi inocua vida. En el descanso nos volvimos a reunir, y lance mis preguntas sin piedad. Algunas respuestas fueron directas, que el padre de mi amigo llegó y se aseguró que estuvieran bien, luego le dijo que no se preocupara por el carro que estaba asegurado, llamó y vino una grúa a transportarlo, (increíble, yo estuviera muerto en el acto), tres de ellos contaron la historia cuando llegaron a sus casas, uno no lo hizo, porque seguramente lo castigaban, hubo otros detalles menos claros, como el que alguno de ellos estando patas arriba, gritaba que era muy joven para morir, que lo ayudaran, pero en la confusión no se supo quien fue, otro de ellos perdió un zapato y no lo pudieron encontrar, que el carro una vez en la plataforma de la grúa se le reventó un neumático, y dos o tres hechos más que ya eran inventados en el calor de la conversación.
Ese día llegué a mi casa, no comí nada, mi madre me preguntó que si no tenía hambre, quise decirle que si, que tenía hambre de vivir, de hacer cosas, de tener historias que contar, que era joven y quería comerme el mundo, que deseaba realmente tener experiencias, aventuras, pero que muy pocas veces podía salir de esas cuatro paredes, que pasaba más tiempo soñando lo que podía hacer, que haciéndolo, que siempre me ataba al piso por tener que ser un buen hijo, un buen hermano, un buen estudiante, un ejemplo de muchacho, pero que eso no era vivir, eso era darle gusto. Respondí que no tenía hambre y me fui a mi celda. En mi cama y mirando hacia el techo, volvía recrear las imágenes inventadas del accidente, esta vez abrí un espacio para mi, vi cuando pasaron a buscarme a mi casa y subí al carro, como sacaba mi cabeza por la ventana, sentí el viento en mi rostro, logré ver como perdíamos el control al golpear el separados, me sentí aturdido y desorientado cuando se detuvo el carro, hasta sentí gritar a todo pulmón que era muy joven para morir, aún logro percibir el dolor en mi rodilla derecha y en mi brazo, sobre el que cayó todo el peso de mi cuerpo y de mis otros amigos, inventé un espacio para mi en esa historia.
La noticia se había regado en el colegio, la gente comentaba lo del accidente, muchos reían otros se asombraban, cada vez que escuchaba a alguien hablar de eso, se alimentaba mi rabia y la impotencia de no poder regresar el tiempo y escaparme de mi casa para estar ahí. Una amiga, consciente que pertenecía a ese grupo de amigos, me preguntó como había sido, y yo respondí dando todos los detalles, de como volamos por los aires, de que aún me molestaba la rodilla al caminar, de como me sorprendió la reacción del padre de mi amigo, que si hubiese sido conmigo estaría muerto, y muchas otras cosas que la hicieron partirse la cara de risa. Si mentí, y me sentí muy bien, por fin había una aventura que contar, ya era hora de que supieran que era interesante, que vivía la vida a mi ritmo y que corría riesgos y la verdad no me importaba. Hubo dos o tres amigos más que también me preguntaron por el evento, y yo saque mi repertorio nuevamente, creo que nunca se enteraron de la verdad, que yo no existía en esa historia o tal vez si, pero eso nunca me importó.
Hoy entiendo que fue una estupidez, que en ese momento haber estado o no en el accidente no definía quien era, era joven y ya, mis historias y aventuras comenzarían después, todo a su debido tiempo, quizás si hubiese estado en ese carro con sobrecupo, alguno estaría lamentándolo o a lo mejor no, nunca lo sabré. Siendo un adulto entiendo que existen muchas historias en el mundo, tantas como cuantos seres han pasado o estamos en él, que a este punto de mi vida tengo mucho que contar, muchas aventuras, otras que enamoran, algunas de asombro, bastante tristeza, rabia, ansiedad y otras de inconmensurable felicidad, no faltara la que crea y genera terror, pero todo esto es posible por el tiempo que me ha permito avanzar la existencia, y créanme en este momento mi vida está como ese carro del accidente, de cabeza, pero continúo, aún busco ese zapato perdido, y aún me asusta el instante en que el neumático estalle en la grúa.