domingo, 21 de febrero de 2021

Noticia



Hace ya tiempo, estando en secundaria, un lunes cualquiera al inicio de la jornada escolar, nos reunimos como siempre el compinche de amigos cercanos para contar lo del fin de semana, estaba ansioso por saber que había ocurrido con ellos, teníamos una cita programada para ese domingo, pero yo no pude ir a encontrarme con ellos, o mas bien no me dejaron ir a compartir con mis compañeros, a esta altura del tiempo no se cual sería el hecho que obligó a mi madre castigarme, dejándome el fin de semana encarcelado en mi habitación. Llegué con prisa al corrillo pues no quedaba mucho tiempo para iniciar la primera hora de clases, saludé a todos con un balbuceo y me conecté de inmediato a la conversación, todos reían a carcajadas, traté de ponerme al día, pero no comprendía, así que pregunté que había pasado; el más pequeño del grupo me preguntó incrédulo – ¿No lo sabes?, Negué con mi cabeza y muy seguramente con la boca abierta. Nos accidentamos en el carro ayer, dimos varios giros y quedamos de cabeza, pero logramos salir. Todos rieron a la vez. En ese momento creé las imágenes en mi mente, imaginé como adentro ellos hablaban y celebraban alguna payasada, cuando el vehículo se salió del carril, golpeo contra el bulevar y giraron en el aire, hasta caer y detenerse con el techo sobre el pavimento; según lo que contaban, unos sobre otros empezaron a tratar de salir, gritaban y se agitaban para poder componerse dentro del habitáculo invertido, hasta que lograron abandonarlo y revisar que excepto por unos golpes todos estaban bien, se miraron unos a otros y comenzaron a reír, seguramente más fuerte de lo que lo hacían ahora. Que aventura. Sonó el timbre y desperté de la película imaginada.

 

Las tres primeras horas de clases nunca existieron para mí, me preguntaba una y otra vez, como pudo ser realmente el accidente, cómo hizo mi amigo para que su padre no lo matara por haber volcado el carro, en mi casa no teníamos, y de tenerlo si eso me hubiese sucedido, seguramente me tocaría huir del país; ¿Contarían la historia al llegar a sus casas? Me asaltaban muchas dudas, quería detalles, los necesitaba de alguna manera, me recriminaba una y otra vez no haber podido ir, odiaba a mi madre por castigarme, aborrecía mi inocua vida. En el descanso nos volvimos a reunir, y lance mis preguntas sin piedad. Algunas respuestas fueron directas, que el padre de mi amigo llegó y se aseguró que estuvieran bien, luego le dijo que no se preocupara por el carro que estaba asegurado, llamó y vino una grúa a transportarlo, (increíble, yo estuviera muerto en el acto), tres de ellos contaron la historia cuando llegaron a sus casas, uno no lo hizo, porque seguramente lo castigaban, hubo otros detalles menos claros, como el que alguno de ellos estando patas arriba, gritaba que era muy joven para morir, que lo ayudaran, pero en la confusión no se supo quien fue, otro de ellos perdió un zapato y no lo pudieron encontrar, que el carro una vez en la plataforma de la grúa se le reventó un neumático, y dos o tres hechos más que ya eran inventados en el calor de la conversación.

 

Ese día llegué a mi casa, no comí nada, mi madre me preguntó que si no tenía hambre, quise decirle que si, que tenía hambre de vivir, de hacer cosas, de tener historias que contar, que era joven y quería comerme el mundo, que deseaba realmente tener experiencias, aventuras, pero que muy pocas veces podía salir de esas cuatro paredes, que pasaba más tiempo soñando lo que podía hacer, que haciéndolo, que siempre me ataba al piso por tener que ser un buen hijo, un buen hermano, un buen estudiante, un ejemplo de muchacho, pero que eso no era vivir, eso era darle gusto. Respondí que no tenía hambre y me fui a mi celda. En mi cama y mirando hacia el techo, volvía recrear las imágenes inventadas del accidente, esta vez abrí un espacio para mi, vi cuando pasaron a buscarme a mi casa y subí al carro, como sacaba mi cabeza por la ventana, sentí el viento en mi rostro, logré ver como perdíamos el control al golpear el separados, me sentí aturdido y desorientado cuando se detuvo el carro, hasta sentí gritar a todo pulmón que era muy joven para morir, aún logro percibir el dolor en mi rodilla derecha y en mi brazo, sobre el que cayó todo el peso de mi cuerpo y de mis otros amigos, inventé un espacio para mi en esa historia.

 

La noticia se había regado en el colegio, la gente comentaba lo del accidente, muchos reían otros se asombraban, cada vez que escuchaba a alguien hablar de eso, se alimentaba mi rabia y la impotencia de no poder regresar el tiempo y escaparme de mi casa para estar ahí. Una amiga, consciente que pertenecía a ese grupo de amigos, me preguntó como había sido, y yo respondí dando todos los detalles, de como volamos por los aires, de que aún me molestaba la rodilla al caminar, de como me sorprendió la reacción del padre de mi amigo, que si hubiese sido conmigo estaría muerto, y muchas otras cosas que la hicieron partirse la cara de risa. Si mentí, y me sentí muy bien, por fin había una aventura que contar, ya era hora de que supieran que era interesante, que vivía la vida a mi ritmo y que corría riesgos y la verdad no me importaba. Hubo dos o tres amigos más que también me preguntaron por el evento, y yo saque mi repertorio nuevamente, creo que nunca se enteraron de la verdad, que yo no existía en esa historia o tal vez si, pero eso nunca me importó.

 

Hoy entiendo que fue una estupidez, que en ese momento haber estado o no en el accidente no definía quien era, era joven y ya, mis historias y aventuras comenzarían después, todo a su debido tiempo, quizás si hubiese estado en ese carro con sobrecupo, alguno estaría lamentándolo o a lo mejor no, nunca lo sabré. Siendo un adulto entiendo que existen muchas historias en el mundo, tantas como cuantos seres han pasado o estamos en él, que a este punto de mi vida tengo mucho que contar, muchas aventuras, otras que enamoran, algunas de asombro, bastante tristeza, rabia, ansiedad y otras de inconmensurable felicidad, no faltara la que crea y genera terror, pero todo esto es posible por el tiempo que me ha permito avanzar la existencia, y créanme en este momento mi vida está como ese carro del accidente, de cabeza, pero continúo, aún busco ese zapato perdido, y aún me asusta el instante en que el neumático estalle en la grúa.


martes, 22 de septiembre de 2020

 Que te quedes duele. Sé que hubo momentos en los cuales si no te tenía cerca moría, al despertar y no verte me extrañaba, me faltabas, era como no tener aire, tu ausencia abstraía mi presencia de la realidad, tu recuerdo me hacía llamarte. Hice lo indecible por traerte de vuelta, lloré por tu retorno, te busqué en los lugares que juntos conocimos, seguí tu rastro, descubrí espacios insospechados donde tal vez fuiste más feliz, pero aún así al encontrarte tendí mi mundo, mi ser, como camino expedito para que regresaras a lo que antes fuimos, no importando lo lejos que tu corazón en algún momento estuviera (distante muy distante), porque te quería en mi órbita, en mí.

 

Pero hoy, que te quedes duele. Habitaste la parte más sensible de mi carne, te alojaste en el rincón insospechado de lo blando de mi convicción, para trabajarme desde tu perversidad, de ese lado horroroso de tu sagacidad, con dolo seguiste ahondando en mi sufrir, acrecentando la presión, cavando la poca visión, cegando la noción; dejé de respirar, y alcancé a verte entre cortinas vaporosas cuando reías ante mi ahogo, supe que ese dolor en el pecho que antes creí amor era el resultado de tu plan. No entendía el objetivo, mucho menos los motivos, lo que sentí fue tu presencia malévola y omnipotente en mi actuar, la misma que frenó mi vivir.

 

Me encuentro tendido en el lecho, luchando por seguir medio respirando, con la esperanza puesta en mis creencias, con el anhelo de continuar en este tangible plano, alargando el tiempo en la medida que se pueda, para no trascender a lo ignorado. Mi vista se posa en el horizonte y veo una figura sonriente acercarse, un paso elegante y brazos expectantes; se aclara la imagen, eres tu, con flores en las manos, las posas a mi lado, te acercas a mi oído y susurras tu promesa “siempre estaré contigo” … deseo desaparecer. Que te quedes duele.

sábado, 18 de abril de 2020

SIN EL UTLIMO TRAGO



Miré a mi alrededor tratando de buscar una justificación a lo que estaba pasando, lo que alcanzaban a ver mis ojos era lo mismo de hacía un momento, nada, nada que me hiciera comprender tu desprecio, apure otro trago más de la botella, me corrió algo de licor desde la boca a mi barbilla, goteando sobre la camisa, esta misma que me regalaste el aniversario pasado, y que hoy estoy usando como conmemoración a la soledad, no valieron mis lamentos, el corazón que saqué de mi pecho, destilando amor y pasión, para entregártelo en tus manos, y que sin una mísera señal de condolencia, lo sacudieras para dejarlo, acomodado en la mesa de la estancia, y poder agarrar tus maletas y decirme adiós.  

Levanto la mano sobre mi cabeza, con la esperanza de que el mesero me vea, gesto infructuoso en este bar, que parece atendido por invidentes, subo mi mirada, vuelvo a dar otra vuelta con ella sobre el entorno, todo seguía igual, una mesa al fondo con dos hombres que hacía un rato discutían sobre futbol o algo así, y que tomaban sorbos gigantes de unos baldes de cerveza que cada uno tenia al frente, de cuando en cuando parecía que se fueran a ir a los golpes, y en el momento más álgido de la discusión uno de ellos terminaba por abrazar al otro y mostrarle una sonrisa, que más parecía una mueca desdibujada, que se iba desfigurando con cada trago. Lancé un silbido a ver si alguien perteneciente al establecimiento venía en mi llamado, otro gesto perdido; en la barra no había nadie, y me había parecido hace un momento ver a un dependiente de bigote engominado despachado una botella al hombre del sobrero que estaba en el banco del extremo. Siempre me ha llamado la atención esos atuendos de algunas personas, que no tienen un mínimo de sentido común para combinarlos, se que hay mucha gente que no le interesa la moda, pero aún así creo que cada quien se debe a un estilo, o por lo menos a una regla básica de vestimenta, este hombre por ejemplo, sobrero de ala ancha, camisa amarilla, que en su juventud debió mostrar un color más vívido, un pantalón que imita a unos vaqueros, color naranja cobrizo, y unas zapatillas de correr de varios tonos, que bárbaro pensé, y me acordé de las correcciones que me hacías al salir de la habitación, que me cambiara esos pantalones, que tal vez la camisa que llevaba no era la mejor opción, que por qué mejor no me ponía otros zapatos, ya que la ocasión lo ameritaba, al final siempre te hacía caso, y me vestía como tu me lo decías, una vez volvía con mi nuevo disfraz ajustado a tu gusto, te me acercabas y me dabas un beso, siempre lo vi como recompensa a acatar tus ordenes ajustadas a tu parecer. 

Por fin apareció el mesero, le pedí amablemente otra botella, a lo cual me contestó con la pregunta de que si me encontraba bien, ¿qué más podía responder? Por supuesto que no mi querido a migo o es que no me vio llorando hace un rato, cosa que me sorprende porque a este nivel pensé que ya no quedaba llanto, y me tocó explicarle, me tocó decirle como pensaste que malgasté mi tiempo contigo, pero que yo no lo vi así, porque lo hice con cariño, cada momento, cada segundo cada espacio que te di lo hice con esmero, con dedicación, para que fuera perfecto, me vi obligado también a decirle que aunque me hayas herido y dejado tirado después de entregarte mi vida, yo no sentía rencor, que aun te seguía queriendo, me vi en la necesidad de narrarle como te abrazaba cada vez que te veía, como se iluminaba mi momento cuando tu aparecías, que sabía que aunque hubiese llegado tarde a tu amor, yo seguía intentándolo, porque en algún momento pensé que podrías quererme, que no era el interés lo que hacía que estuvieras conmigo; después de irte siempre me has dicho que despierte a la realidad, que me pellizque, pero de que vale despertar si yo quiero seguir soñando, no quiero ver esta vida sin ti; me interrumpió el mesero dándome dos palmaditas en mi hombro y no lo dijo pero lo leí en su rostro, tan claro como si lo deletreara, ¡Q U E  M I S E R A B L E! dio media vuelta y desapareció detrás de la columna. Por un instante el ambiente quedó en silencio, la música cesó, pero en dos segundos, volvió a conectar con una canción de ritmo tropical, como esas de carnaval, sentí el ruido desgarrador de las patas de una silla al arrastrarlas por el piso, y volví mi cabeza hacía donde venía el sonido, a mi espalada en una mesa de cuatro mujeres, una de ellas se levantó efusivamente, al tiempo que gritaba algo incoherente, y se puso a bailar con ambiente festivo, las compañeras reían y una se tapaba los ojos como queriendo esconder la pena que le causaba la actitud de la bailadora, otra la más delgada acompañaba el zapateo con palmas y sonidos imitando tambores, la que danzaba movía su falda en un son hipnotizador, y hacía que las flores que estaban estampadas en ella cobraran vida, me sentí regocijado en ese momento, me acordé de los tiempos en que tu y yo nos entregábamos a la música, cantábamos y bailábamos como se nos apetecía, en nuestra casa, tu escogías siempre la música, yo te seguía el juego, me encantaba verte sonreír cuando me invitabas con tus manos a seguirte el paso, te movías con tanta elegancia y yo en mi torpeza, trataba de no tropezar, mucho menos golpearte, terminábamos en el piso, cansados, y yo aprovechaba el momento de indefensión para buscar tu boca y besarte, tocar tu cuerpo y tratar de llevarme el premio de lograr que hiciéramos el amor, cuando lo alcanzaba, mi alma entera se extasiaba, tu cuerpo se estremecía con cada toque de mis manos, con el roce de mi piel, por eso no me creo que te haya sido indiferente tu vida a mi lado, no creo que no causara si quiera cariño en ti, me niego a creer que todo lo borraste como si fuera un tablero de colegio, del cual ya la lección se aprendió, o tal vez si, porque después que terminaban nuestros cuerpos entrelazados tu mirada se perdía, y cambiabas repentinamente.

Ya la segunda botella llevaba su nivel afectado, por lo seco de mi garganta y el recuerdo de tu adiós, seguía preguntándome cómo pudiste decirle a amigos en común que sentías miedo, miedo de mi, de que pudiera hacerte daño, no lo entiendo, que daño puedo hacerte con quererte, que más daño que el que yo mismo me hago, sin poder olvidarte, sin desear vivir sin ti; otra lagrima de esas espesas, me corrió por la mejilla, tomé un sorbo de agua, miré el reloj, ya casi las siete, volví a levantar la mano para llamar al mesero, no apareció, así como las llamadas que te hago, ya no contestas, las cartas que te envío, me cuentan que no las abres, también me dices que evitas pronunciar mi nombre, como si tenerlo en tus labios fuera un veneno, mientras que yo el tuyo lo grito al viento, cómo hago para que entiendas lo mucho que te quiero, cómo hago para que veas las noches que paso en vela por ti, cómo te digo que la vida se me va en pensamientos, inventando que regresas y me amas, y te hago feliz por la eternidad, que este mundo sin ti no vale la pena, que hago lo que me pidas, lo que sea, y lo sabes bien, que humillarme lo logro sin pretenderlo, siempre y cuando sea por tu amor. El ambiente ya se había puesto alegre con la música y los nuevos clientes que habían entrado al bar, la bailadora se daba un respiro en su silla, mientras sus amigas continuaban con el parloteo y la risa, la barra ya estaba llena y el hombre de bigote engominado no daba abasto con las bebidas, agitaba una coctelera brillante en sus manos, mientras le hablaba a un cliente, servía el trago, y apuraba servilletas debajo de las copas, giré en dirección a la puerta y vi una mano agitándose la cual reconocí, era mi cita de esta noche, revise en mi bolsillo si tenía las llaves de la habitación del hotel, comprobando su presencia ahí, recordé que había dejado todo organizado, el vino en la hielera, la luz tenue y la música lista para pasar una noche maravillosa de placer, me puse de pie, saque unos billetes de para pagar la cuenta que había calculado rápidamente en mi mente, sumando algo más para la propina, los dejé sobre la mesa, y di dos pasos hacía la puerta, me detuve y me regresé para recoger la botella y llevarme lo que aún quedaba, me lo tomaría después del sexo o mañana, para seguir pensándote y soñando con tu amor, ese mismo que nunca existió. 

lunes, 12 de agosto de 2019

BRILLO


Serví una copa de vino, traté de verter en ella una buena cantidad, algo que me durara mas de lo normal, pero que tampoco pareciera un alcohólico desesperado, me senté a disfrutar la brisa de la tarde, y llegó tu imagen a mi mente, descubrí que había soñado contigo la noche anterior, bueno quizás fue en la madrugada, creo que a esas horas estoy más profundo, ya sabes lo que me cuesta levantarme en las mañanas; y fue raro, mientras estuvimos juntos jamás apareciste en ninguna de mis invenciones oníricas, pero ahora como si algo pasara, emerge tu rostro otra vez, debe ser una mala pasada de mi cabeza.

He tenido siempre, o bueno, casi siempre, sueños muy locos, cosas que nunca coordinan, en lugares extraños, muchos de los cuales nunca he visitado o visitaré, con personas que amo o he amado, con muchas que solo conozco y también con gran cantidad de extraños, pero tengo que confesar que hasta ayer lo hice por primera vez contigo, fue raro, siempre me pregunte porque no te encontraba mientras dormía, quería que así fuera, lo que sentía por ti era tan grande que te extrañaba en esas noches con ausencia de vigilia, con presencia de imaginación y con un toque de perversión, quería tenerte en mi vida, en la real y en la de la fantasía de mi mente, tal vez a causa de la necesidad estúpida de que todo fuera perfecto.  

Jugamos de mil maneras al amor, incendiamos cada momento con emoción, así eran los ratos contigo, pasábamos en una sinfonía loca, en un baile en el que no cabíamos, tomábamos café, y de tanto en tanto un buen vino, comíamos cualquier cosa en el tiempo que podía dejarnos los momentos juntos, muy rápido y desprolijo, para no quitarnos la oportunidad de aprovechar lo que el reloj nos permitía, y paseábamos, cómo paseábamos, el campo, la montaña, cualquier pedazo de ciudad, la playa, ese día de playa en el que por primera vez me fijé como el sol hacía brillar más tu piel, esas formas de tu piernas que tanto me imaginaba cuando no estabas, tu boca, los labios posándose en la copa mientras te estirabas en la asoleadora, tratando de tocar el cielo con tus dedos de los pies; de un instante a otro te pusiste de pie, tomaste mi mano y me levantaste de un golpe, corriste delante y yo como siempre te seguí, entraste al mar, con esa elegancia que solo tu tienes, me quede en la orilla admirándote, volteaste hacia mi y con ese gesto que aun añoro, me invitaste a entrar al océano. El agua estaba templada, un día agradable para nadar, me acerque y rocé mi piel con la tuya, que sensación más hermosa, el agua unía nuestros cuerpos, lubricaba cada movimiento, el mar tranquilo y sosegado, sabía que tu estabas en él y aprovechó para que las olas fueran mas lentas y te cubrieran suavemente, así disfrutar de tu belleza. Te acercaste más a mi, y con esa voz dulce y peligrosa me dijiste al oído que te acompañara, entre balbuceos te contesté afirmando que estaba ahí contigo, y corregiste de inmediato, no solo en el mar en la playa, que te acompañara al fin del mundo, y mi cabeza medio aturdida, solo alcanzo a moverse erráticamente y lentamente de arriba abajo, tratando de expresar un si en mi voz, pero un “a donde quieras amor mío" en mi corazón, y lo supe en ese momento, te seguiría al mismísimo infierno solo por el hecho de que tu estuvieras ahí; volviste a tomar mi mano, y me arrastraste fuera del agua, te tumbaste en la arena y yo a tu lado, volviste a hacer esa manía que tenias con mi cabello, tomándolo entre tus dedos y tratando de formar circunferencias con él, me inclinaste la cabeza y nos dimos un beso profundo, pasé mis manos por cada rincón de tu alma, mientras tu me atraías con esos movimientos hacia ti, hicimos el amor como nunca, despacio, delicado, metiéndonos completamente en nuestros cuerpos, en nuestro papel de amantes, complemento el uno del otro; y explotamos en la emoción, gritamos con pasión, mientras la vida se nos incendiaba y nuestras ganas se saciaban; fue hermoso, lo más lindo entre nosotros, aquello que de verdad demuestra que los sentimientos avivan el aliento, y te miré, alcancé a ver la paz en tus ojos, mientras nuestros latidos se iban regulando, y entendí que debíamos ser siempre los dos.

Lástima que nunca fuimos a la playa, no se porque te soñé así y ahí, tal vez la necesidad que tiene mi mente de hacer algo que no pudo, de sentir siquiera que no fue una perdida de tiempo, que de algo valió la pena estar contigo, afortunadamente la mañana siempre llega y el sol alumbra, diciéndonos que nuestros sueños y pesadillas terminaron. Acabo mi copa de vino y me doy cuenta de que necesito otro trago más, de todas maneras, la vida continúa. 

viernes, 1 de febrero de 2019

El hijo del hombre




Me quede mirando esa mancha oscura como de humedad que había en la pared de su habitación, a mis oídos llegaban sus palabras confusas, perdidas en un aire denso, casi como atravesando un fluido viscoso, ya no trataba de entenderlas, para qué, sabía que eran más mentiras que lo que hacían era borrar su imagen de perfección que en algún momento cree en mí al inicio cuando mi corazón latía rápido al vernos, al estar juntos, cuando con solo un dedo de su mano tocaba un milímetro de mi piel, ya no, eso es pasado; no entiendo que hago aquí, sentado en el borde de su cama, en una actuación más de su mente ordinaria que pretende que vuelva a hacerme el tonto y seguir firme como siempre lo había hecho, un objetivo que ya no se podía repetir, dejarme envolver y hacerme creer que todo podía ser mejor, que su falla así fuera repetitiva, a la final era culpa mía, ya me sabía cada sílaba que me expresaba desde el otro lado de la estancia, pero no podía ser el mismo, me obligó a cambiar; miré la mancha nuevamente, era una figura irregular que parecía a un hombre con sombrero, de esos como un bombín, cuando la ví por primera vez no era tan grande, y creo que no me causaba tanta curiosidad o preocupación, como ahora, es más, en ese entonces no era un hombre con sombrero, parecía el rostro diminuto de un perro, con un largo hocico, así como esa figura que hacía con la manos a la luz de una vela jugando con la sombra reflejada en la pared, de niño me encantaba hacer esas representaciones de animales, primero una paloma, luego un conejo, después ese perro hocicudo que más que radiografiado en la sombra era un juego obligado de mi mente a creer que eso que estaba ahí podría parecer a algo, así como ahora, que le hacía creer a mi corazón que aquello que sentía era amor.

Me entregué a querer obnubilándome de sentimiento, hubo una primera vez en que no me importo que me fuera infiel, sobrepuse mi orgullo, yo que antes había sido quien dictaba las emociones, me vi reducido a su juego, me metí en un laberinto que no estaba diseñado para mi, fue un azar de sus pasiones que mostraban que aún seguía su apego a ese otro, sin embargo no me importaba, quise jugar a tener nuestro espacio, el lugar perfecto, ese nido que permitía que los dos fuéramos uno solo; nos tocábamos el alma, los besos enmarcaban el lugar, las ganas bendecían la habitación, y nos acostábamos a dormir, aunque yo no lo hacía, solo contemplaba su rostro y agradecía a la vida por esta oportunidad, me preguntaba si podía entregar todo lo que yo era a ese ser, y mi respuesta sin dudarlo fue “siempre”, me acomodaba en su cama, daba vueltas tratando de conciliar el sueño, pero era imposible, me levanté para ir a baño como una excusa a mi mente, de esas que enmascaran el insomnio, me detuve ante la visión de la macha. ¿Cuándo cambió? ya el perro no estaba en la pared, en algún momento se convirtió en águila, imponente con las alas extendidas y con su pico apuntando hacia abajo, como preparándoselo para atacar a su presa, y aquella figura ocre comenzó a mezclarse con una grieta que subía desde el zócalo, formando unas garras despiadadas de la grandiosa ave, que la hacía parecer más peligrosa aún. Se alcanzó a mover entre el estupor de sus sueños, pensé que me había sorprendido mirando y tratando de descifrar aquella pintura del azar, pero volvió a acomodarse entre sus sábanas y siguió soñando seguramente con él. Fui al baño, vi mi reflejo en el espejo, era un yo de antes, sin miedos, lleno de deseos,  de mucha energía, no me reconocí; baje la cisterna del sanitario como ritual y para hacer creíble la mentira a mi psiquis, regresé a la cama, me abalance a su lado, así como cuando te asiste un tronco que flota en un río que te lleva seguro a la muerte, sentí su respiración en mi rostro, imaginé en ese momento como serían sus encuentros con él, los besos que se brindaban, la caricias desesperadas, y si de pronto aparecía yo en su mente, y desechaba la idea de mi existencia en el fulgor de las manos que apretaban su corazón, o tal vez se reía de mi, de mi inocencia. 

me dió el sol en la cara, los amaneceres me dan la sensación de soledad; se despertó y me abrazó fuerte, tan fuerte que sentí que tenía otro chance en su corazón, me alegré, y lo celebré con besos sobres sus labios, tratando de engañarme a mi mismo, obvié el dolor y me sumí en la falsa alegría que me producía el pensar que todo iba a cambiar, inventé nuevamente un plan, me aferré a ilusiones y seguí un camino alterno, el cual nos llevaba juntos hacia un futuro. En el pasado siempre lideraba mis relaciones, ondeaba la batuta principal de la dirección, demarcaba con mi brújula la ruta, hasta que el mar cambiaba sus condiciones y decidía llegar a puerto, descargas y volver a partir, con una canción retumbando en mi mente, que entonaba a viva voz para no escuchar el llanto de quien me miraba desde el muelle con el corazón destrozado, siempre sabía que quizás algo mejor le depararía la vida en tierra, mientras tanto el océano esperaba por mi, y yo no quería perder la oportunidad de recorrer los mares por tanto que conocer, una razón más para admirar a los navíos. Un barco, como el que siempre soñé, eso era ahora el águila de garras despiadadas, con su proa ligeramente levantada, las velas inflamadas y una quilla que alcanzaba a asomarse sobre unas olas quebradizas formadas por las lineas zigzagueantes que se perdían en la esquina del muro, quizás si hacía un mayor esfuerzo podía adivinar uno que otro rostro en el puente de mando, afiné mi vista para analizar la mancha cambiante y cerré mis oídos para no seguir escuchando nuevamente el discurso  estático, ese mismo de aceptación de su falla, las rancias excusas, la sagacidad para endilgarme la culpa,  la sombra de ese otro que no se iba, que nunca se fue; quise convertir en un sólido el dolor que sentía en ese momento y meterlo en los compartimientos de carga de ese gran bote de la pared, y que el viento arreciara para llevarlo muy lejos. 

La rabia me consumía, no podía creer que otra vez el engaño surtiera efecto sobre mi, el dolor de la infidelidad no pesa tanto como la entrega del perdón, aún así accedí a convencerme nuevamente, a planificar otra vez, a seguir otro camino alterno. Permití mucho, me deje tocar cuando estaba enfadado, compraba sus cuentos fabricados, me deje besar cuando aun el veneno destilaba por mis labios y los suyos seguían sabiendo a los del otro, a la noche anterior cuando las manos de quien nunca se había ido apretaban por enésima vez su corazón y en igual cantidad se reía de mi inocencia, y ahí seguí, un intento más, me bajé del barco, despedí a la tripulación y me instalé en el puerto, ahora sabía lo que sentían esas pobres almas que eran abandonadas por mi en el pasado de mi trasegar marinero, y dolía, dolía demasiado, me quedé mirando como la nave desaparecía en el horizonte, se iba de mi vida y de la pared.

Esa noche fue amarga, ya no me valía el discurso estático, sus promesas de cristal expuestas de rodillas, los ardides de su invención endilgándome sus yerros, de nada sirvieron sus manos tocando las mías, sus abrazos que ya nada me producían, mi alma se había secado esperando un milagro que no existía y que nunca iba a ocurrir, me aferré a la mancha en la pared, que a diferencia de sus acciones era lo único que cambiaba, entendí que la culpa no fue del perro de largo hocico o del águila, tampoco del barco y mucho menos del hombre con bombín, no, la culpa era mía por querer entrar a un corazón que ya tenía dueño, por no entender que fui un intruso en un lugar donde no me habían invitado, no me quedó más que recolectar mis pedazos, recoger el jirón de dignidad que aún pendía de un tonto sueño, echarlo todo en un saco de recuerdos y llevarme lo que pude de ahí, hasta esa mancha de humedad creo que viajo conmigo, desde entonces comencé a usar sombrero.

miércoles, 26 de diciembre de 2018

CONTRAVIENTO




Me senté a esperarte en esa banca del parque, llegué 30 minutos antes, no tanto para ser puntual, como para poder verte mientras caminabas hacia mi, lograr detenerme en tu movimiento, volver a analizarte, escudriñar tu atuendo, perderme en tus gestos. Puse mi morral al lado, como protegiendo el lugar, ese espacio que solo sería para ti, ese reflejo del pedazo de mi corazón que nadie más ha podido llenar y que tardé tanto en entender que solo te pertenecía, que era tuyo desde que te conocí, pero en cada voltereta del tiempo me engañaba descartándote una vez más, aunque sabía que los trucos funcionaban cada vez menos, me repetía la mentira muchas veces buscando excusas en alguien que me agradara, pero al final la verdad siempre relucía en mi cara, hasta que por fin me harté del juego, entendí que seguiría siendo una tontería los artilugios con que pretendía olvidarte, que siempre existías en mi, estuvieses en el lugar del mundo que fuere, que te pertenecía, que te pertenezco y siempre ha sido así.

Tomé valor para llamarte, no sé que pasaría, me lancé; al otro lado tu voz trémula, casi apagada alcanzó a atravesar débilmente el aparato para entrar en mi oído y lograr escuchar un saludo formal, me identifiqué esperando un cambio que no llegó, me volviste a saludar, y creo que el silencio logró apagar mi mente, no se cuanto tiempo pasó, hasta que reconocí tu voz recriminando la mala señal, -Estoy aquí- te dije sobresaltado, y volviste a tu voz de indiferencia. Quería decirte cuanto te había extrañado, las noches que me descubrí a mi mismo con lagrimas latigando mi torpeza por dejarte marchar, los días incontables que anidaste mi cabeza ausentándome de la realidad, los anhelos secretos que sentía al imaginarme volver a tocar tu cuerpo, las caricias que me diste, que te di, que nos dimos y las otras que no quisimos, la explosión de mi pecho al volverte a ver. Sin embargó apile como pude cada sentimiento, los guardé y solo atiné a decirte que quería saludarte – ¿Estás en la ciudad?, vaya que sorpresa yo igual- y si que fue una sorpresa, sentí mi corazón queriendo salirse por un costado – ¿Quieres que nos veamos? - alcancé a interrumpirte con esa interrogación, sabiendo que no podrías negarte, y así fue, pusiste día, hora, lugar y aquí estoy esperándote, repasando en mi mente cada palabra, practicando un iluso juego de roles de dos personas que se conocen, que se reconocen hasta la saciedad, que repasaron centímetro a centímetro cada pedazo de la piel para grabar con la punta de los dedos la pasión en la mente que ejerce el deseo, que compartieron secretos y sueños, que se abandonaron el uno en el otro, para dejarse caer en algo que no alcance a definir pero que tu llamabas amor.

Miré a ambos lados tratando de adivinar por donde aparecerías, seguro a mi derecha, si mal no recuerdo hacía allá queda tu casa, o tal vez quedaba, quizás habías decidido cambiar de lugar, así como decidiste en algún momento cambiarme a mi, no darme otra oportunidad, te cansaste de mis indecisiones, de mi falta de apego, de mi engaño mezquino; me sobresaltaron unos gritos agudos, giré mi cabeza en la dirección en que se generaban y alcance a ver a un grupo de niños en los juegos calcados que pone la municipalidad en cada parque que remodela, un vendedor con su carro de helados apoyado en la baranda de separación de los juegos, moviendo erráticamente las campanillas para anunciar su presencia, con la mirada perdida hacia al vacío. A veces juego a inventar la vida de extraños, de transeúntes que pasan en su propio afán, de personas que están en una cafetería, en cualquier lugar, me imaginé a aquel vendedor llegando a casa esa noche, a su familia esperándolo, tal vez un hijo o dos, mirando por la ventana a la entrada de la calle esperando con los ojos brillante a que apareciera papá con la cena de esa noche, la alegría al reconocer a la distancia al hombre de familia, los gritos ahora en la terraza acompañados de palmadas y vítores que hacen que el corazón de ese hombre se hinche y sepa que vale la pena cada paso que da empujando el carro de helados, bajo el sol, la brisa, la lluvia, la inclemencia que vive no se compara con la felicidad que le produce cada regreso a casa; así te espero yo en este banco de parque, si no fuera tan tonto y tan estúpido, también gritaría de alegría al verte, opacaría las voces de todos los niños en los juegos, saltaría acercándome a ti y te agarraría en mis brazos tan fuerte hasta ahogarte y devolverte la respiración con un beso largo y prolongado de esos que nos dábamos cada noche antes de dormir. Pero no, controlo mis impulsos, se que seré aplomado ante tu presencia y no he decidido aún si dejo que hables primero o lo intento yo, es un plan que a este momento no perfecciono.

Reviso el reloj, 8 minutos para la hora acordada, siento unos ojos fijos sobre mi, levanto la mirada al frente, pensé encontrarte, unos ojos se posaron desafiante sobre los míos desde la otra banca, una sonrisa apareció, no se porque respondí de la misma manera, lo ultimo que quiero es conocer a gente nueva, bajaron nuevamente y se mantuvieron con un movimiento horizontal sobre un libro apoyado en una mano que lo acunaba como cuando sacas un pájaro de una jaula, giré mi cabeza hacia la izquierda, el señor de los helados ya no estaba, un grupo de madres y niñeras con uniformes impolutos se mezclaba cerca a la baranda de los juegos, mire hacia mi derecha, el lugar donde aposté que aparecerías, dos ancianos conversaban sentados en una escalinata del monumento de un prócer irreconocible, una mujer empujaba un coche de bebé, de esos modernos que parecen sacados de una película de ficción a través del corredor central del parque y recién reconocí que oculto a mi vista por un árbol que se encontraba a un costado, había un puesto de revistas y chucherías, una señora entrada en años y obesa era la dependienta, sentada frente a la caseta en un banco metálico que hacía mucho tiempo gemía un esfuerzo sobrenatural por no ser acabado por el óxido. La mujer miraba a cada lado y movía los labios como rezando una letanía, tal vez oraba por clientes, para que la situación mejorara, seguramente al llegar a casa en la noche no habría alegría o niños gritando como al señor de los helados, no, seguramente la esperaba la soledad, interrumpida a media noche por un marido borracho que hacía años se había cansado de golpearla, pero en su orilla de la cama ella se repetía que era mejor vivir con él que estar sola, que mal o bien los golpes ya habían cesado y que en el fondo el cariño de ese hombre era para ella, de que valía una vejez sin compañía. ¿De que valía mi vida sin tu compañía? Por eso me aventuré a verte nuevamente a contarte lo mal que lo pasé sin ti, a ponerme de rodillas si era necesario y rogar que entraras en mi mundo otra vez, que fueras tu mi mundo otra vez; mire el reloj, pasado 12 minutos de la hora, sentí los ojos nuevamente sobre mi, los miré, la sonrisa apareció pero no fue contestada, detallé esos labios, le daban una armonía a un rostro que brillaba aún por la hora, cuando el sol ya se ocultaba y las sombras aparecían; por primera vez temí que no llegaras, que me dejaras plantado en ese lugar, que me cobraras con tu ausencia todo el daño que te había hecho, que me hicieras pagar mi huida, la falta de compromiso, mi sabotaje a tu paciencia, pero recordé que no eras así, que tu nobleza sobrepasaba tus orgullos, que tus sentimientos blancos opacaban los odios negros que podían aparecer, me tranquilice.

No se en que momento se encendieron las luces, ya no habían niños en los juegos, la caseta de revistas estaba cerrada, los ancianos se habían ido y dieron relevo en las escalinatas a una pareja de novios que se besaban bajo el rostro apacible del extraño prócer, frente a mi pasó raudo el hombre de los helados, muy seguramente tarde para llevar la cena a sus hijos, todo el paisaje había cambiado en el parque, menos esos ojos, que cada tanto como en una actividad cronometrada, dejaban la lectura para posarse sobre mi, los miré fijamente, ahora quien emitió la sonrisa fui yo, creo que en un acto de cortesía o tratando de no parecer un malévolo extraño desocupado, esta vez hubo respuesta, esos labios, ese rostro, las manos tan finas en el libro, la elegancia de la silueta a contra luz de las lámparas del parque, baje mi mirada con algo de vergüenza por mi escrutinio atrevido, busque en mi muñeca el reloj, mi temor ya era comprobado, pasado 52 minutos después de la hora ¿Por qué lo esperaste tanto? ¿Ya lo tenías planeado? Esta era una venganza que preparaste durante todo este tiempo, ¿sabías que iba a llegar el momento en que te buscaría nuevamente? A este punto no creía tampoco que estuvieras en la ciudad, tal vez estabas en tu mundo, riéndote de mi, de este pobre tonto que estaba recibiendo su merecido, brindando por tu buena vida, dándole gracias a Dios por no haber cargado con este perdedor, en este preciso momento supe lo que duele, sentí acuñado mi pecho, pase mi manos por mi cara, creo que alcance a secar una o dos lagrimas, tal vez era sudor, Dios quiera que hubiese sido sudor, me acomode la camisa impulsivamente, te maldije hasta mas no poder, lo hice con tanta fuerza para que atravesara el espacio y pudiera llegar directo a donde te encontrabas, saque tu nombre de mi cabeza, desdibuje tu rostro de mi recuerdo y me hice jurar enterrarte en el pasado. Miré el reloj, ya fue un gesto más, el parque ya vacío daba indicio de la hora, sentí los ojos, los miré, entendí que desde hacía un largo rato el libro era un pretexto, no había luz en ese punto, sonreí, me sonrieron, tomé mi morral y lo levante del banco apoyándolo sobre mis piernas, los ojos se pusieron de pie y caminaron hacia mi a sentarse a mi lado en ese espacio que antes tenía separado para no se quien.




domingo, 2 de diciembre de 2018



UN SEGUNDO


Llegó la luz, las tinieblas se esfumaron, fue un amanecer sano, casi sin darme cuenta desaparecieron mis miserias, despareciste tu, tanto que pedí e imploré por señales, que más que este borrón, ahora ni más.

Y es que de cualquier empalizada sale un lobo, así atacaste, o más bien me deje atacar, nuca has sido tan inteligente como para planear una emboscada, aun con tu cara; de noches mensajes insinuantes, de mañana un pienso en ti al despertar, durante el día me acuesto con alguien más, que rutina la tuya, pero peor, que estupidez la mía, que falta me hace tu infidelidad de fines de semana, aun necesito dolor ¡Qué cosa! Aunque de eso hay mucha gente que podría infringírmelo, ya llegaran y lo mejor es que también se irán. Pero en verdad ahora no necesito nada, más bien a nadie, menos a ti, ni a ti tampoco, también va para contigo, es mejor el tajo desprevenido, que la languidez agónica, eso es lo bueno de este sano amanecer.

Ya tengo a quien mirar, con quien contar, siempre ha estado aquí, ciego yo que nunca quise ver, o tal vez si, pero me hacía el de no entender, me ama, me soporta me comprende y ha prometido en silencio nunca dejarme, siempre se va a quedar a cenar y por supuesto estará aquí al despertar, ese es el compás que necesita mi vida, lo que queda de ella, como bandera maltrecha después de la batalla, permaneció siempre como esa espina que nunca sale de la piel, como el recuerdo que nunca se va y viene a acompañarme a caminar (Nunca lo dejó de hacer), sus manos delicadas rozan mi piel y se siente bien, lo que hace mucho tiempo no sentí, hoy voy a honrarle y por el resto.

Lo siento ya no estoy para ti, así lo haya prometido, estoy para alguien más que siempre ha estado conmigo en este espacio de tiempo, en la eternidad.